El Sendero de las Cien Madrugadas

[...] ¿y de qué protestan los pájaros a la madrugada?, ecos de pasos que apresurados se aproximan y nadie, el persistente susurro de las ratas comerciando los secretos del poder, el agudo chirriar de puertas cerradas, techos gimientes, paredes estremecidas, ventanas titubeantes, misteriosos ruidos comunes provenientes de lugares indescifrables, polillas empecinadas en estuprar las farolas, púdicas memorias que no se atreven a llegar tan de tarde, la cadencia pegajosa y lejana de la última rumba desafinada de alguna expósita cantina de mala muerte, la inoportuna irrupción de un burdo ronquido trashumante, jadeantes gemidos de placer llegados desde todas y ninguna parte, el grito bravucón de un beodo trastabillando las calles, los timbales de fondo, el allegro del piano, la sensualidad del sax, el lastimero plañido  de los violines, los clarinetes y fagotes, los sueños exudando surrealistas silencios y…, silencio nocturno, agobiante silencio estridente, silencio indiscreto, silencio impúdico, silencio en donde los caminos se aperturan amantes, cómplices, promiscuos, solitarios, tumultuosos, incorpóreos, mundanos, azarosos, al invisible deambular de fantasmas que nunca fueron. Sendas concubinas, cortesanas, mesalinas, hetairas, furcias, rameras, meretrices, scorts, putas, concubinas reales, astutas Scheherezades narradoras de mil y una historias, en cien delirantes madrugadas. El sueño, como la muerte misma, aun cuando fervoroso se le mendigue y fanático se le corteje [...] Y aquí, al desesperante abrigo de la vigilia.